martes, 23 de marzo de 2010

Crónicas


¡Ya estoy de vuelta! Parece que en vez de venas tengo alambres en las piernas, de las agujetas que tengo todavía. Han sido unos días provechosos, el sábado vimos muy fugazmente Soria de noche, probamos parte de la repostería típica (torrijas...mmm), ¡y hasta encontramos el camping abierto! El domingo, más provechoso si cabe. Con el cielo amenanzante como estaba apenas cayeron cuatro gotas, y la temperatura era perfecta para correr. 

La competición se nos dio bastante bien a los tres, a pesar del circuito rompepiernas. Mi padre, Iván y yo competíamos por grupos de edad. Mi padre no acabó contento, pero mi padre nunca acaba contento, y aún así hizo primero en su categoría. Iván con todos los nervios que tenía desde el mismo día que hizo la inscripción lo hizo perfecto, sufrió pero llegó satisfecho. Para ser su primera competición estatal acabó quinto en su categoría y el 22º en la general de unos 120, aunque le apenaba volver a casa sin ningún trofeo. 

Y yo sufrí desde que el juez dió la salida hasta que crucé la línea de meta. Descubrí que Soria no tenía ninguna carretera llana, y si la tenía, casualmente en ese punto daba el viento de cara. Terminé la 7ª de 12 duatletas, primera en mi categoría. No es un buen puesto, aunque de todas formas estoy contenta con ello, porque era más un reto personal que una competición contra otras duatletas. Me llevo a casa esa satisfacción y un trofeo que se lo merece más Iván que yo, un caballo numantino de cerámica, réplica de una fíbula encontrada en la ciudad celtibérica de Numancia. 


La mayor parte de los vehículos sorianos que ví llevaban la silueta de este caballo, como los vascos llevamos la ovejita o los catalanes el burro. Me pareció un detalle original el ofrecer como trofeo un símbolo tan querido.

Comimos frente al Duero, a las puertas de San Juan del Duero, o "Los arcos", como nos dijeron que lo llamaban allá. Arcos que no pude ver de cerca porque no dejaban hacer visitas los domingos por la tarde. Faena gorda, porque tambiér queríamos ver la ermita de San Saturio pero la veíamos tan lejos y sentíamos las piernas tan pesadas que nos conformamos con un paseo corto a orillas del Duero, imitando a Gustavo Adolfo Becquer en sus tiempos.

Cambiando de tercio, hoy a la tarde me ha dado el siroco creativo, y me he aventurado con el fieltro. ¡Aquí está mi primer broche!

Un tarro de pastillas de colorines, ¿qué curarán?

Aquí mi hermana (la futura farmaceútica) con su medicina.


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